En la mayoría de las circunstancias de la vida, ya sea personal o profesionalmente hablando, es necesario detenerse y pensar.
Cualquier decisión, por pequeña que sea, requiere de una reflexión previa y mínima que nos empuje a la acción convencidos de que el camino que hemos escogido es, sino el correcto, el más apropiado en ese momento.
Soy consciente de que lo que se estila ahora es, “no pienses gracias, ejecuta por favor”, lo vivo más de lo que me gustaría, y esa actitud se refleja en la situación por la que están pasando muchas empresas. Falta de tiempo, de libertad para pensar e incluso de metodología.
Desde aquí quiero reivindicar la necesidad de pensar. Pero sobre todo, la necesidad de aprender a pensar de forma diferente a la que estamos acostumbrados. Sin duda, es la única forma de llegar a sorprender y a transformar algo. De innovar.
Quizás parezca obvio, fácil o una gilipollez, pero “pensar diferente” no es algo sencillo. Sobre todo si te has pasado toda la vida limitando tu pensamiento a un proceso lineal, y has descartado cualquier otra forma que aporte un toque creativo y arriesgado al proceso por miedo, ignorancia o incluso prepotencia.
El pensamiento de diseño o design thinking como se viene demostrando desde hace años es una herramienta poderosísima capaz de transformar el modo en que se desarrollan productos, servicios, procesos e incluso la estrategia de negocio de una compañía.
Consultoras como IDEO, Neutron o Fuseproject y sus equipos de diseñadores, llevan años ayudando a start ups, compañías e instituciones a innovar a través de una metodología que impregna todo el espectro de actividades relacionadas con la innovación mediante una filosofía centrada en las personas.
Muchas empresas, conscientes de que las ideas tienen que ser verdaderamente relevantes para sus clientes y usables, más que trofeos a mostrar en los comités de dirección, y de que los mecanismos hasta ahora utilizados ya no son válidos, están apostando por trabajar en equipo con diseñadores involucrándoles en sus proyectos desde el minuto uno. Han empezado a comprender el poder de esta disciplina como forma de trabajo y han sabido ver más allá del aspecto estético del diseñador que se limitaba a “poner guapa” una idea ya creada.
El primer papel es táctico y limitado. El segundo es estratégico y sin duda diferencial.
Por eso se está demostrando que los diseñadores a través de su forma de pensar tienen cualidades y virtudes, como la empatía, la experimentación, el optimismo, la colaboración o el pensamiento integrador, entre otras, que ayudan a crear nuevas ideas capaces de satisfacer mejor los deseos y necesidades de los consumidores. En definitiva, cualidades creativas orientadas a la búsqueda de resultados y experiencias diferentes que crean valor a las organizaciones.
Pero lo mejor de todo es que este proceso tan cargado de emoción, y a la vez tan racional por su metodología sistemática, no es propiedad exclusiva de los diseñadores. Es más, muchos no lo utilizan y cualquiera que no lo sea puede hacerlo. Pensar como un diseñador es apto para todos, sólo requiere de voluntad, disciplina y convencimiento de que los resultados tienen que ir orientados a crear verdadero valor a nuestros cliente o consumidores.